Aquí una breve reseña del estupendo artículo de la experta en retórica y composición Rebecca Howard Moore, “Sexuality, Textuality: the Cultural Work of Plagiarism” (2000).

Las metáforas son más que un complemento fortuito; son el significado del plagio. Si quitamos las metáforas, el plagio carece de significado; se convierte en un acto de habla transgresor sin la consiguiente lesión. Así, para sustraernos de la constitución mutua del plagio y el género binario heterosexual, tendríamos que hacer más que eliminar las metáforas; tendríamos que sustraernos de la construcción discursiva del propio plagio.

(Moore, 2000: 486)

Rebecca Howard Moore observa que, si bien se trata de una práctica “inherentemente indefinible”, contra el plagio se han creado múltiples mecanismos de regulación y punición que se caracterizan por enfocarse en la medición de la “originalidad” del texto, habitualmente a partir de un análisis cuantitativo. El problema, para esta teórica literaria experta en retórica y composición, es que el discurso hegemónico sobre el plagio y el predominio en él de enfoques punitivistas conllevan un tipo de regulación cultural de la escritura que reproduce jerarquías y deja fuera la posibilidad de una educación liberadora.

La tesis específica de Moore es que el discurso del plagio regula “no sólo la textualidad sino también la sexualidad”, considerando que en ese discurso operan “metáforas de género, debilidad, colaboración, enfermedad, adulterio, violación y propiedad que comunican el temor de violar los límites sexuales y externos”. Desde la perspectiva feminista de Moore, serían las metáforas masculinas de la autoría las responsables de la comprensión actual del plagio. En tales metáforas, el plagio resultaría feminizado, en tanto que “las mujeres no son autoras, sino una amenaza para la autoría”:

Dado el ancestral binario masculino/femenino, en el que lo masculino es fuerte y admirable, lo femenino débil y despreciable (“Tiras como una niña”), la asociación de la mujer con el plagio refuerza el plagio como la forma de autoría más repugnante.

(Moore, 2000: 476)

Al menos en la literatura inglesa se mantendría una vigilancia estricta del texto, una vigilancia sexualizada en la medida en que busca preservar, a toda costa, la suposición y el privilegio de la autoría original y propietaria en una época en la que la teoría literaria y cultural ha mostrado ampliamente la contingencia histórica e incluso la imposibilidad práctica de ese ideal. Moore pone como ejemplo de lo anterior la alusión de William Perry a dos formas de escritura, y por tanto de pensamiento, que concibe a través de las metáforas del “toro” y la “vaca”, con la primera indicando “sutileza y comprensión de lo abstracto” y la segunda “sólo aprendizaje de memoria y obediencia”. Por más arbitraria que parezca esta metaforización, está muy difundida la asociación de la abstracción (el intelecto) con la fortaleza y la masculinidad (el toro), por un lado, y la asociación del detalle y lo concreto (el cuerpo) con la feminidad (la vaca).

Moore también cita el caso de Harold Bloom como ejemplo de masculinización de la autoría, ya que el crítico tiene especial interés por los poetas “fuertes” que pueden engendrarse a sí mismos, al tiempo que describe a los precursores como “padres poéticos que se aparean con musas”. En el relato metafórico de Bloom, la función de la mujer consiste en inspirar al hombre; sin embargo, las musas “se aparean” con muchos hombres. La metáfora utilizada por Bloom afirma la idea de la autoría como virtud (masculina, pues “virtud” viene de virilidad), y tiene, a su vez, como fuente principal a Quintiliano quien sostenía ideas sobre “la buena escritura como encarnación de las virtudes masculinas” y sobre “el afeminamiento como representación de la escritura débil”. La buena escritura, que Robinson Shipherd en pleno siglo XX definía como “varonil, noble y casta”, permitía diferenciar a los autores, por un lado los meramente letrados (femeninos) y por otro los autores masculinos fuertes.

En suma, la literatura inglesa ha dejado bien establecida la configuración de género de la autoría, basada en la oposición entre “abstracción, fuerza y originalidad” (virtudes masculinas), por un lado, y especificidad, dispersión y plagio (debilidades femeninas). En palabras de la autora:

Las propiedades de autonomía, originalidad, propiedad y moralidad atribuidas al autor moderno no meramente describen la autoría moderna; también establecen y reproducen valores textuales jerarquizados que operan a partir de un modelo de género binario heterosexual. Los argumentos metafóricos de la autoría dotan al género masculino de poder y creatividad -con estatus de sujeto- y al femenino de impotencia y ausencia de creatividad-con estatus de objeto. Esta retórica de la autoría describe el plagio no solo como una transgresión contra la ética textual, sino también como una transgresión contra la masculinidad ….

(Moore, 2000: 486)

Más aún, Moore hace un repaso de las metáforas adicionales que convierten la escritura femenina en una verdadera amenaza para el ideal masculino de la autoría: el plagio como secuestro, el plagio como locura o enfermedad, el plagio como debilidad, o el plagio como violación de la propiedad y la entereza (fálica). Es preciso explicitar y problematizar políticamente las consecuencias que la construcción metafórica del plagio tiene para los cuerpos de las mujeres en la universidad.

Moore sostiene que sólo saliendo de esta construcción discursiva podríamos pensar en estrategias útiles para juzgar, analizar y evaluar, el asunto con el que las universidades y los docentes se encuentran frecuentemente, un asunto que va más allá de la mera repetición de ideas, pues atañe directamente al cuerpo de las mujeres. Para la autora el término plagio debería ser sustituido por otros términos más precisos como “fraude”, “citación insuficiente” y “repetición excesiva”, lo cual permitiría diferenciar la deshonestidad académica de numerosas rutas creativas, como la “escritura de parches” (patchwriting), que funcionan como estrategia de composición.

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